martes, 25 de septiembre de 2012

100 ISO (una historia real de amor, soledad y fotografía)


Siempre había echado de menos vivir una experiencia como ésta. Llevo tres meses en una ciudad nueva, una gran ciudad, enorme ciudad, diría que de gran formato. Tan grande como la ilusión que me trajo a ella que poco a poco se ha ido diluyendo hasta desear volver. Pensé, bueno, pensamos que alejándome de la persona que más quería haría que nos quisiéramos aún más. Cierto es que solo lo pensamos pero no nos lo dijimos. El temible ruido había conseguido que nuestras miradas hablaran más que nosotros, pero no mejorar la comunicación. Creo que falló la esperanza, pusimos poca. En este caso se nos vio el farol a los dos. Nos dijimos que hacer el curso de fotografía conseguiría positivar lo negativo. Y llegó el momento. Fue la maleta más dolorosa de hacer, cada cosa que metía era un flashazo que me dejaba ciego. Lo bajé 5 pasos, abrí la puerta a contraluz y marché.

Por fin llegué a Madrid, al atardecer, con la mejor luz y un color de escándalo. Apetecía parar en cualquier sitio y fotografiar cualquier cosa pero las ansias de llegar, conocer y experimentar dejaron la tapadera puesta y mis ojos en gran angular. Primero iba y venía todas las semanas hasta que un trabajo me permitió poder quedarme de alquiler en una habitación que convertí, con toda la intención de motivarme, en una pinacoteca fotografía de mis mejores obras. Las veces que musa profesional y fotógrafo amateur coincidían, su ruinosa (en tiempos floreciente) relación abierta ya no había quien la cerrara. La abertura era ya tan grande que no había velocidad capaz de conseguir una exposición correcta. Mi vida en Madrid no está siendo lo que yo me esperaba… Siempre me ha gustado hacer cosas diferentes, no necesariamente todas ellas de provecho. Aquí solo puedo hacer ese tipo de cosas. Mi etapa de vividor ignorante murió al nacer esta crisis y como buen ignorante he vuelto a caer en el mismo error, pero esta vez la crisis ha sido interna, solo mía. Eso le pegó un tiro en el pecho a mi relación, que, moribunda, fue la verdadera razón que me trajo condenado al exilio. Mi ceguera provocó de forma tardía que, ni colocando lentes de aproximación una sobre la otra, pudiera darme cuenta de que se iba alejando cada vez más sin casi darnos cuenta. Se rompió el prisma y lo veo todo del revés.

En mi vida me he sentido tan solo como en Madrid. Pareces un triste e inofensivo color que inexplicablemente se encuentra fuera de gama. Nadie te llama, nadie responde y tienes la sensación de ser el centro de la medición y que la profundidad de campo es tan pequeña que todo el mundo te parece desenfocado. El enfoque automático no funciona y con el manual parezco un terrible acosador. Eso sí, todo visto desde mi óptica, que igual el desenfocado soy yo.

18 de febrero de 2012. Mi cumpleaños caía este año en sábado. Siempre me ha dado cierto miedo celebrarlo por si nadie acudía. Esta vez la única persona que vino fue para irse. Como ignorante que soy, me esperaba el libro de las obras maestras de Chema Madoz, pero lo que encontré fue la instantánea de mi nuevo estado sentimental llorando sobre mi cama. Cerré rápido la puerta para seguir manteniendo el cuarto oscuro. No quería que nadie más la velara. Bajé mi sensibilidad a 100 ISO, me convertí en un dibujo animado sin sentimiento alguno y comprendí perfectamente la nueva situación que, retorcida a ojos de cualquiera, solo era para mí una macabra anécdota dictada por la casualidad para que jamás olvidara esa fecha. Ella ha decidido dejar de apuntarme con el disparador a distancia con el que despertaba mi ilusionante talento. A veces prácticamente era ella quien apretaba el botón.

Todas mis acciones parecían aberraciones ópticas que limitaban mi capacidad y tuve la impresión de no haber sabido interpretar bien mi brillante papel, para terminar muriendo de un lamentable mate en un acto final la mar de previsible. Pasado el tiempo, nuestra relación ya ha puesto el estabilizador en automático y del tormentoso blanco y negro hemos pasado a un gris medio de neutral cordialidad alejando las sombras más duras y recordando, no sin emoción, las altas luces. El curso va ya rebobinando la película, se me agota la excusa y necesito una batería nueva. Nos dijeron algo que creo que me pasa: cuando se elije una marca, y aunque pruebes algunas distintas, no te vuelve a gustar otra nunca.


Por Yapecoyoporti

lunes, 21 de mayo de 2012

YO NUNCA

Yo nunca creí que podría llegar a caer en la tentación... Nunca imaginé como sería si llegaba a hacerlo porque nunca pensé que podría vivir una situación que me llevaría a ello... Aquel día me desperté, como cualquier viernes, a las siete y diez de la mañana, con el relajante sonido de “lluvia” que anunciaba que en cinco minutos sonaría la estridente alarma indicando la hora de ponerse en marcha. No tenía ninguna oficina a la que acudir, pero desde que me quedé en paro intentaba levantarme todos los días con el propósito de buscar trabajo, para no dejar así que la desocupación me envolviera en una rutina poco recomendable. Sobre todo desde que él se había ido... Me levanté al aseo con muchas ganas. Al salir, fui directa a encender la cafetera. Calenté un poco de leche y con el timbre del microondas caí de repente en la cuenta..., era fiesta y “no tocaba ir a trabajar”...”¡Mierda!”, pensé. Más fastidiada que aliviada me lié un canutillo y me tiré con el café a fumármelo en el sofá viendo el telediario matinal. Lo siguiente que recuerdo es que volví a despertar con el canuto apagado a medias en el cenicero, el café también a medias frío sobre la mesa y un anuncio de tele tienda sonando en el televisor. Miré el móvil, eran las once menos veinte. Esta vez me levanté directa a la cafetera. Rellené con café y leche lo que aún quedaba en la taza del que me había preparado antes y me senté a echar un pitillo empanada mientras se calentaba en el micro. Miraba por la ventana lo bonito que había salido el día, ni una nube en el cielo. Pensaba en que no tenía nada especial planeado, pero que me apetecía salir a tomar una cañita con la gente, en alguna terracita..., una porque mi presupuesto no daba para mucho más..., pero bueno, a sentir el aire fresco acariciándome el cogote... los rayos del sol calentándome las mejillas... Tardé en bajar de mi nube el tiempo suficiente como para que el café volviera a enfriarse esperándome dentro del microondas. Con “tan apetecible trago” me senté en el ordenador a ver si había algo que mereciera interés en el face..., nada... Así que me puse a Los Piratas en el spoti a todo volumen y volví a la cama, para hacerla esta vez claro. Después ordené el resto del cuarto, preparé una lavadora de ropa oscura y recogí del tendedero lo que aún quedaba de la última que puse el fin de semana anterior...; lavé los platos de la cena, limpié la cocina, barrí y fregué. Para cuando terminé aún eran, tan sólo, las doce y media, todavía pronto... Y ya sólo me quedaba por limpiar el cuarto de baño... “¡Mierda!”, volví a pensar, eso lo tenía destinado a ocupar al menos un rato de la mañana del sábado. Así que me preparé un baño y otro canutillo, y me tiré casi media hora en la bañera desvariando con el tarareo de las canciones que sonaban desde el estudio, por llamar de alguna manera a esa habitación con un gran armario empotrado lleno de cosas hasta arriba, una tablón y dos burrillas de mesa llena de papeles, una silla llena de ropa y una estantería de Ikea con un montón de recuerdos de viajes, ah, y el tendedero... Fue justo quitar el tapón de la bañera y antes de que pudiera abrir el grifo de la ducha para enjuagarme comenzó a sonarme el móvil, que como siempre había dejado junto al grifo del bidé. Seguro que era alguno de los chicos... “¡Mierda!”, pensé de nuevo, era el mecánico de mi coche. Con la piel de gallina y casi tiritando contesté. Sólo quería decirme que no me tendría el coche listo ya hasta después del puente, porque no le había llegado a tiempo la pieza que le tenía que cambiar o no se qué rollo... Una putada, porque yo tendría que seguir quedándome con la furgo de trabajo de César si es que él no tenía pensado irse con ella al campo. Colgué y abrí corriendo el grifo del agua caliente para enjuagarme. Estuve unos minutos bajo el chorro ardiendo, hasta que de nuevo el teléfono me sacó de mi letargo. “¡Mierda!”... Era César y llamaba por su furgoneta. Quedé en llevársela, con la esperanza de que, al menos ya que estábamos, pudiéramos tomar unas cañas antes de que se fueran. Me arreglé, me puse un vestido que llevaba semanas esperando poder estrenar, por culpa del tiempo, que estaba fresco aún para una prenda tan primaveral... Me pinté para alegrarme la cara y tiré para su casa. Llegué, aparqué fuera en la puerta y subí a dejarle las llaves. Él me ofreció que me quedara con su otro coche, lo cual agradecí enormemente y utilicé de escusa para invitarle a la cerveza..., que me rechazó. Marta estaba apunto de llegar y le había prometido que tendría la comida lista para comer y marcharse enseguida. Al verme tan “guapa”, César me preguntó si yo había quedado con alguien, a lo que yo instintivamente, sin saber por qué, respondí que sí, aunque no fuera cierto... Así que me acompañó abajo para abrirme la puerta de la cochera, saqué el coche y me fui. Nada más salir del garaje, marqué en el teléfono a Pedro, a ver si tenía mejor suerte... “¡Mierda!”, pensé una vez más. Estaba de cañas, sí, pero con su familia. Al menos me había ahorrado tener que llamar a los demás, porque ya lo había hecho él y nadie había salido, ni nadie tenía pensado salir, anoche ellos se la corrieron... Habíamos quedado en darnos un toque después para vernos. Con las mismas, paré en el Opencor a comprar unas cosas que me hacían falta y me volví a casa, con el maquillaje intacto y sin haber lucido mi vestido nuevo, pero pensando en qué iba a preparar para “lucir” las papas arrugadas con mojo picón que se me había antojado hacerme para la comida. Del resto de mi día hasta que cayó la noche, hay poca cosa interesante que mencionar; me hice una dorada a la sal con las patatas con mojo y una ensalada de guarnición, de postre me pegué un festín de fresas con nata, y el café fue la misma “mierda” de siempre. La sobremesa duró poco, lo que tardó en freírme la tv-movie que ponían en la única cadena que parecía tener, porque la pereza de hacer zapping me hacía cambiarla con poca frecuencia. Eran casi las ocho cuando me desperté con la sensación de no saber en qué momento del día estaba, ni en qué día, ni qué tocaba hacer. Me levanté directa al frigorífico, agua..., estaba sedienta. Cogí el móvil y llamé a Pedro, pero no respondió. “¡Mierda!”, volví a pensar. Le mandé un mensaje diciéndole si pasaba por su casa a recogerle, necesitaba salir... y hablar. Mientras hacía tiempo, decidí ir vistiéndome. Me puse unos vaqueros, que la noche ya tampoco prometía, unas botas y poco más que me peiné. Me eché un refresco y me volví al sofá a esperar. El móvil seguía sin sonar. Comencé a liarme otro canutillo, así ya me lo llevaba liado. En la tele estaba empezando el telediario de la tarde... Las casi dos horas siguientes fueron un constante movimiento entre el frigo y el sofá, el plato, el vaso, el móvil, un pitillo y otro... y lo que tocara en el televisor. Perdida en mis pensamientos, como era de esperar, llegué al tema que desde hacía semanas no podía dejar de rondarme la cabeza. Alguno de los sesenta minutos de cada hora que había pasado despierta desde entonces, incluso más aún mientras dormía, lo había perdido en preguntarme si era correcto el camino que había decidido tomar..., si el final de ese camino era realmente lo que quería y lo que me convenía..., y si me arrepentía y no podía dar marcha atrás, qué haría... Me quedaría sola... Básicamente todas esas cosas con que uno se machaca cuando termina con una relación de mucho tiempo de convivencia. Bebiendo y fumando me dieron ganas de levantarme al baño. A punto de sentarme, por fin sonó el teléfono. Me enfundé corriendo los pantalones y salí disparada, pero justo cuando iba a cogerlo, colgaron. “¡Mierda!”, me dije mientras buscaba en las llamadas perdidas... Lo siguiente que recuerdo es, como aún medio dormida, escuchar la noticia de que habían encontrado el cuerpo sin vida de una joven de unos treinta años en su domicilio de Murcia, sin síntomas de agresión ni de robo. Su ex-pareja había alertado a la policía tras varios días sin saber nada de ella, ni él, ni en su trabajo, ni nadie de sus familiares o amigos. Junto a la joven, se habían encontrado una botella de alcohol y restos de cannabis, aunque quienes la conocían confirmaban que la joven nunca bebía y nunca había consumido mariguana. La noticia me llamó la atención lo suficiente como para despertarme. Miré directamente el móvil, sin batería... El televisor marcaba las siete y diez de la mañana. “Menos mal”, pensé esta vez, me había olvidado de poner el despertador, pero era sábado, creí yo... Me incorporé extrañamente descansada. Me levanté sin ganas de ir al baño, ni ganas de café... Sin ganas de fumar, ni hambre... nada. Era raro... Miré por la ventana, el día estaba precioso... Sin saber qué me apetecía hacer me volví hacia el sofá. De repente sentí un profundo nudo en el pecho, como cuando se está apunto de llorar y se aguanta la respiración para evitar que salga el llanto... Pero mis ojos estaban secos y mi aliento se escapaba sin barreras por mi boca... Allí estaba yo, aún “dormida” en el sofá... Había sufrido la tentación y me había vencido. Comprendí entonces que ya nada volvería a ser como antes... Ni soledad, ni dolor, ni anhelo... Yo... nunca me había sentido tan extrañamente bien... Yo nunca había estado muerta... “Gracias a todos los que siempre estáis ahí, porque siempre sois la mejor alternativa” LUZ MÉRIDA