Porque en la vida hay que dejar huella para algo más que fregarla al día siguiente...
lunes, 19 de abril de 2010
miércoles, 7 de abril de 2010
Más que mil palabras...
Entre palabras y risas que a duras penas distingue…
baila a solas con sus sueños,
recorriendo con el pensamiento los paisajes de su rostro,
los rincones escondidos de las líneas de su cuerpo.
Si pudiera surcar los mares de su mirada… ay!
Si pudiera romper la armonía de su aliento… uff!
Una imagen que se repite y no es para menos...
Como la comida china
Me crucé con un moreno que me dijo:
"Estás para comerte"
"Te advierto que soy como la comida china",
contesté yo, "cuando la comes te llena, pero al rato te da hambre"...
"Estás para comerte"
"Te advierto que soy como la comida china",
contesté yo, "cuando la comes te llena, pero al rato te da hambre"...
44' 56''
Te miro, te siento, te pienso...
Te encuentro al buscarme
y al perderte desaparezco...
Me llenas y me vacías,
me armas y me desarmas...
Me haces maestra al quererte
y aprendiz cuando me amas.
A mi guerrero...
Te encuentro al buscarme
y al perderte desaparezco...
Me llenas y me vacías,
me armas y me desarmas...
Me haces maestra al quererte
y aprendiz cuando me amas.
A mi guerrero...
martes, 6 de abril de 2010
Tacones de charol negro
por Luz Mérida
Poco después de las dos, agotada, llegó a casa. Kath y Jim la recibieron preparados para su partida. Habían estado en el Teatro, y habían quedado encantados. Él, seguía durmiendo. Entró a despertarle, y cómo era de esperar, volvieron a engancharse. La lujuria se incrustaba entre los pliegues de las sábanas arrastrando el aroma a deseo por todas partes de la habitación, más allá de la grietas de la puerta. Follaron durante casi una hora. La cama chocaba contra la pared, los muelles chirriaban alcanzando a disimular los gemidos que expiraban a cada golpe de cinturas; la puerta, entreabierta. Se miraban excitados conscientes de que los chicos estarían expectantes.
Terminado el ejercicio de antes de almorzar y hechas las presentaciones, se asearon, recogieron y salieron los cuatro. Llevaron a Kath y a Jim a visitar otra ciudad encantadora que quedaba a pocos kilómetros de Martock. El viaje fue como jugar al trivial por primera vez, las preguntas y las respuestas fluían entre las letras de Kurt llevándolos más allá de las líneas de la carretera que el BMW Compact 320td color negro iba recorriendo a toda velocidad. Pararon a ver unos castillos a las puertas de Glastombury. El gris del cielo y el verde del campo hacían que la piedra brillara hasta alumbrar las imágenes de quienes en tiempos remotos anduvieron correteando por allí entre los setos y los olivares. Los chicos paseaban charlando mientras fotografiaban los rincones del más cuco de los castilletes, parecía hecho a la medida de una historia de cuento de hadas. Ellos, se escondían entre los muros de poto y parra que daban sombra en el jardín, se tocaban, se besaban, se miraban… El tiempo estaba detenido sobre sus cabezas, y, sobre todo, entre sus piernas.
La excursión continuó y el juego no pudo parar durante todo el día. En la oscuridad de los museos, a la luz de las rocas del medievo legado de conquistas y de reconquistas, intactas sobre la colina que alzaba a toda vista el centro de la ciudad…
A media tarde se despidieron de Kath y de Jim en casa de un amigo que había accedido plácidamente a darles techo aquella noche, antes de que cogieran el autocar hasta la costa, donde planeaban pasar los próximos tres o cuatro días. Cerraron la puerta del piso y bajaron las escaleras parando a meterse mano en cada descansillo. El camino hacia el coche fue un vano intento de enfriar las bajas pasiones que se derrochaban sin vergüenza ni paciencia por la calle. Frente a la puerta de la biblioteca, junto al hospital central, se comieron sus deseos sin saciarse; ni lo hizo todo el cóctel de palabras y tocamientos que, desde allí hasta el polígono industrial en que hubieron de parar, aumentaban el calor hasta empañar sin remedio los cristales.
A la luz del cuarto menguante que se dejaba ver entre las nubes, volvieron a follarse.
Retomaron el camino todavía entre suspiros y miradas de excitación. Aunque el viaje de regreso fue casi hasta el final tranquilo, al entrar por la rotonda del norte hacia el centro, de nuevo en Martock, alentados por la proximidad de las paredes que verían en minutos despojarse de ataduras su locura, volvieron a masturbarse.
Cinturón mal abrochado y medias enguruñadas, subieron las escaleras hasta entrar de nuevo en casa. Con el cierre del pestillo, saltaron como muelles las ropas de sus cuerpos, las manos de su escondite, y regaron de trastos asaltados cada baldosa que acariciaban paseando por los sórdidos abismos de sus fantasías. Gritaban, jugaban, reían a carcajadas… Y así, vaciaron sus almas de pudores y vergüenzas sobre sus tacones de charol negro… La noche estaba oscura, fría, húmeda… poco importaba…
Poco después de las dos, agotada, llegó a casa. Kath y Jim la recibieron preparados para su partida. Habían estado en el Teatro, y habían quedado encantados. Él, seguía durmiendo. Entró a despertarle, y cómo era de esperar, volvieron a engancharse. La lujuria se incrustaba entre los pliegues de las sábanas arrastrando el aroma a deseo por todas partes de la habitación, más allá de la grietas de la puerta. Follaron durante casi una hora. La cama chocaba contra la pared, los muelles chirriaban alcanzando a disimular los gemidos que expiraban a cada golpe de cinturas; la puerta, entreabierta. Se miraban excitados conscientes de que los chicos estarían expectantes.
Terminado el ejercicio de antes de almorzar y hechas las presentaciones, se asearon, recogieron y salieron los cuatro. Llevaron a Kath y a Jim a visitar otra ciudad encantadora que quedaba a pocos kilómetros de Martock. El viaje fue como jugar al trivial por primera vez, las preguntas y las respuestas fluían entre las letras de Kurt llevándolos más allá de las líneas de la carretera que el BMW Compact 320td color negro iba recorriendo a toda velocidad. Pararon a ver unos castillos a las puertas de Glastombury. El gris del cielo y el verde del campo hacían que la piedra brillara hasta alumbrar las imágenes de quienes en tiempos remotos anduvieron correteando por allí entre los setos y los olivares. Los chicos paseaban charlando mientras fotografiaban los rincones del más cuco de los castilletes, parecía hecho a la medida de una historia de cuento de hadas. Ellos, se escondían entre los muros de poto y parra que daban sombra en el jardín, se tocaban, se besaban, se miraban… El tiempo estaba detenido sobre sus cabezas, y, sobre todo, entre sus piernas.
La excursión continuó y el juego no pudo parar durante todo el día. En la oscuridad de los museos, a la luz de las rocas del medievo legado de conquistas y de reconquistas, intactas sobre la colina que alzaba a toda vista el centro de la ciudad…
A media tarde se despidieron de Kath y de Jim en casa de un amigo que había accedido plácidamente a darles techo aquella noche, antes de que cogieran el autocar hasta la costa, donde planeaban pasar los próximos tres o cuatro días. Cerraron la puerta del piso y bajaron las escaleras parando a meterse mano en cada descansillo. El camino hacia el coche fue un vano intento de enfriar las bajas pasiones que se derrochaban sin vergüenza ni paciencia por la calle. Frente a la puerta de la biblioteca, junto al hospital central, se comieron sus deseos sin saciarse; ni lo hizo todo el cóctel de palabras y tocamientos que, desde allí hasta el polígono industrial en que hubieron de parar, aumentaban el calor hasta empañar sin remedio los cristales.
A la luz del cuarto menguante que se dejaba ver entre las nubes, volvieron a follarse.
Retomaron el camino todavía entre suspiros y miradas de excitación. Aunque el viaje de regreso fue casi hasta el final tranquilo, al entrar por la rotonda del norte hacia el centro, de nuevo en Martock, alentados por la proximidad de las paredes que verían en minutos despojarse de ataduras su locura, volvieron a masturbarse.
Cinturón mal abrochado y medias enguruñadas, subieron las escaleras hasta entrar de nuevo en casa. Con el cierre del pestillo, saltaron como muelles las ropas de sus cuerpos, las manos de su escondite, y regaron de trastos asaltados cada baldosa que acariciaban paseando por los sórdidos abismos de sus fantasías. Gritaban, jugaban, reían a carcajadas… Y así, vaciaron sus almas de pudores y vergüenzas sobre sus tacones de charol negro… La noche estaba oscura, fría, húmeda… poco importaba…
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lunes, 5 de abril de 2010
Otro tequila
Por Luz Mérida
Aquella noche estaba lloviendo. El viaje se me estaba haciendo eterno. Kilómetros y kilómetros de pensamientos fluían de mi cabeza cuerpo abajo, impacientándome cada vez más. Nadie sabía que estaba allí, sola… de camino al acontecimiento que cambiaría mi vida para siempre.
Bailén a ocho… Gasolinera a quinientos metros… Paré para ir al aseo y echar gasolina al coche. El chico de la caja me miraba sospechoso mientras pasaba el cargo de lo repostado en mi tarjeta, como si se preguntase qué estaba yo haciendo allí… Supongo que no era así en realidad; probablemente era tan sólo la voz de mi conciencia…
Entré en el aseo. Me aseguré de que estaba preparada. El vestido de punto negro que había escogido para la ocasión me acariciaba al moverme, advirtiendo la oportunidad de saciar por fin la necesidad que tenía desde hacía tanto tiempo.
Subí al coche y en sólo unos minutos llegué al pueblo. En el primer lugar que encontré, paré… “Primera rotonda a la izquierda, junto al descampado. Ford Fiesta azul oscuro, aparca junto a mí y sube a al coche...” Unos instantes después sonó su respuesta en mi móvil… “BMW 320 Compact negro, móntate tú en el mío y no digas nada!”.
Llegó… Bajé de mi coche ya empapada… Me senté a su lado y nos miramos, y sin decir palabra nos…
Anoche me dejó por otra… Otro tequila!… por favor!
Aquella noche estaba lloviendo. El viaje se me estaba haciendo eterno. Kilómetros y kilómetros de pensamientos fluían de mi cabeza cuerpo abajo, impacientándome cada vez más. Nadie sabía que estaba allí, sola… de camino al acontecimiento que cambiaría mi vida para siempre.
Bailén a ocho… Gasolinera a quinientos metros… Paré para ir al aseo y echar gasolina al coche. El chico de la caja me miraba sospechoso mientras pasaba el cargo de lo repostado en mi tarjeta, como si se preguntase qué estaba yo haciendo allí… Supongo que no era así en realidad; probablemente era tan sólo la voz de mi conciencia…
Entré en el aseo. Me aseguré de que estaba preparada. El vestido de punto negro que había escogido para la ocasión me acariciaba al moverme, advirtiendo la oportunidad de saciar por fin la necesidad que tenía desde hacía tanto tiempo.
Subí al coche y en sólo unos minutos llegué al pueblo. En el primer lugar que encontré, paré… “Primera rotonda a la izquierda, junto al descampado. Ford Fiesta azul oscuro, aparca junto a mí y sube a al coche...” Unos instantes después sonó su respuesta en mi móvil… “BMW 320 Compact negro, móntate tú en el mío y no digas nada!”.
Llegó… Bajé de mi coche ya empapada… Me senté a su lado y nos miramos, y sin decir palabra nos…
Anoche me dejó por otra… Otro tequila!… por favor!
Kiss me...
Por Luz Mérida
Aquella noche todo parecía ser diferente, el teatro, la gente, el ambiente... Es posible que no fuera más que la emoción que me invadía después de pasar los dos últimos días. Había estado enredada con un viejo amigo, recuperando lo que hacía tiempo ya que había perdido... Yo estaba diferente...
Otro amigo, no tan viejo, me invitó casi por casualidad a echarle una mano en su bar para la fiesta que estaba preparando a la compañía de teatro que cerraba sus dos semanas de funciones en la ciudad y volvía a Madrid al día siguiente. "Estará bien!", pensé yo, "unas perrillas para pagarme la juerga y además pegármela con todo el reparto!"... Tardé poco en aceptar.
Entonces, con mi "casual look" de pantalones y camiseta con zapatillas negras y el "buen rollito" en todos y cada uno de los rincones de mi cuerpo, me puse a servir copas en el bar de mi amigo. Conocía casi todas las caras que podían verse por allí. La mayoría porque eran amigos o amigos de mis amigos, o clientes habituales de los mismos bares que era cliente habitual yo. El resto eran actores de cine y de televisión que participaban en el Festival con la emoción de hacerlo en uno de los más reconocidos del país, aunque no todos lo llevaban con la misma humildad.
Puede ser que fuera que estaba muy metido en su papel... En el de su obra, Edipo Rey... y en el suyo propio, el rey de Edipo... La cuestión es que llevaba dos semanas cruzándome con su mirada entre la barra y las mesas de los jardines del teatro, y no caía en la tentación de acercarme a pedirle un autógrafo, una foto... un beso... Y él parecía esperar que lo hiciera... Aquella noche, no tardó en aprovechar su oportunidad y venir a la barra a pedirme una copa...
"Qué te pongo?", le pregunté. Él me miraba observándome al detalle, de arriba a abajo, y ajeno a mi pregunta me contestó: "puedo darte un beso?". "No te regalaré la copa por eso", respondí yo orgullosa, aunque ya acercándome a él con la mejilla. Sin casi darme cuenta tenía su boca sobre la comisura de mis labios, acariciándome los pelillos del "bigote"... Seguro que el orgullo me subió los colores...
Y así fue! Me encanta pensar que tuvo que ser él quien hubo de pedir mi beso... aunque fuera inducido por el mensaje en brillantes que se leía sobre el pecho de mi camiseta... "Kiss Me"... jajajaja...
Qué?!, te pongo otra?..
Aquella noche todo parecía ser diferente, el teatro, la gente, el ambiente... Es posible que no fuera más que la emoción que me invadía después de pasar los dos últimos días. Había estado enredada con un viejo amigo, recuperando lo que hacía tiempo ya que había perdido... Yo estaba diferente...
Otro amigo, no tan viejo, me invitó casi por casualidad a echarle una mano en su bar para la fiesta que estaba preparando a la compañía de teatro que cerraba sus dos semanas de funciones en la ciudad y volvía a Madrid al día siguiente. "Estará bien!", pensé yo, "unas perrillas para pagarme la juerga y además pegármela con todo el reparto!"... Tardé poco en aceptar.
Entonces, con mi "casual look" de pantalones y camiseta con zapatillas negras y el "buen rollito" en todos y cada uno de los rincones de mi cuerpo, me puse a servir copas en el bar de mi amigo. Conocía casi todas las caras que podían verse por allí. La mayoría porque eran amigos o amigos de mis amigos, o clientes habituales de los mismos bares que era cliente habitual yo. El resto eran actores de cine y de televisión que participaban en el Festival con la emoción de hacerlo en uno de los más reconocidos del país, aunque no todos lo llevaban con la misma humildad.
Puede ser que fuera que estaba muy metido en su papel... En el de su obra, Edipo Rey... y en el suyo propio, el rey de Edipo... La cuestión es que llevaba dos semanas cruzándome con su mirada entre la barra y las mesas de los jardines del teatro, y no caía en la tentación de acercarme a pedirle un autógrafo, una foto... un beso... Y él parecía esperar que lo hiciera... Aquella noche, no tardó en aprovechar su oportunidad y venir a la barra a pedirme una copa...
"Qué te pongo?", le pregunté. Él me miraba observándome al detalle, de arriba a abajo, y ajeno a mi pregunta me contestó: "puedo darte un beso?". "No te regalaré la copa por eso", respondí yo orgullosa, aunque ya acercándome a él con la mejilla. Sin casi darme cuenta tenía su boca sobre la comisura de mis labios, acariciándome los pelillos del "bigote"... Seguro que el orgullo me subió los colores...
Y así fue! Me encanta pensar que tuvo que ser él quien hubo de pedir mi beso... aunque fuera inducido por el mensaje en brillantes que se leía sobre el pecho de mi camiseta... "Kiss Me"... jajajaja...
Qué?!, te pongo otra?..
Mójate
La vida es así... normalmente gira una y otra vez repitiendo siempre el mismo movimiento. Algunas veces hay cosas, personas o acontecimientos que sobresalen por encima de todo lo demás, entre todos los recuerdos que es capaz de no olvidar nuestra memoria... Y hay lo que suele quedar en un segundo plano...
La vida puede seguir muchos caminos diferentes, o puede no seguir ninguno... La vida abrasa aunque no muestre sus llamas...
Pero no hay que quemarse… hay que mojarse…
La vida puede seguir muchos caminos diferentes, o puede no seguir ninguno... La vida abrasa aunque no muestre sus llamas...
Pero no hay que quemarse… hay que mojarse…
Paradójica belleza
Se me va.
Navego encandilada por los pequeños detalles que en realidad no importan y me dejo al pensamiento como si hubiera de ponerle a todo su significado. Termino delirando para mis adentros como si no existiera nada más en el mundo que el mío propio, sin ver que sin embargo hay tantos…; tantos como ojos que miran y corazones que padecen; tantos que hacen que el futuro sea siempre impredecible. Eso es lo mejor de todo. Cualquier cosa de repente te cambia la vida. La mía lo ha hecho ya muchas veces. Sufrir con ello, necesario; ser consciente, importante para no volverte loco; disfrutarlo, el combustible para seguir conduciendo hacia adelante; lo que nunca hay que olvidar, soñar, soñar… soñar.
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