miércoles, 5 de mayo de 2010

COMPAÑERO DE VIAJE

Por Yapecoyoporti, LA VERDAD de Murcia, 05.05.2010 Pag. 42

COMPAÑERO DE VIAJE

Gracias. Gracias agente. De verdad. Muchas gracias señor agente de la ley y el orden... y de las buenas costumbres. Gracias por darme el alto. Gracias por levantar el brazo y delatarse con su verde inconfundible. Gracias por hacerme ver, por ello, que no se trataba de un generoso saludo de los que a mi tanto me gusta repartir a desconocidos. Gracias por hacerlo en aquella carretera secundaria tan tediosa del centro de Castilla. Gracias por indicarme de manera tan gentil e inequívoca el sitio idóneo donde aparcar mi vehículo para no estorbar a ningún otro usuario y luego poder salir sin tener el más mínimo problema. Gracias por no dejar que su compañero, algo menos agradable que usted, se acercara a mi coche, eligiendo felizmente atenderme usted mismo. Gracias por hacerme bajar la ventanilla y recordarme, con suma educación, que era preciso quitar esa horrible y distorsionada emisora que me distraía y que seguramente fuera la causante de todo, para así, poder disfrutar del mismo aire puro que respiraba y escuchar lo que ya mi inestable estómago intuía. Gracias por darme las buenas tardes tal y como seguramente manda su manual. Gracias también por sólo pedirme el carnet de conducir y no hacerme buscar los papeles del coche que tenía esparcidos por la guantera de forma desordenada. Gracias por hacerme sentir tan inferior al mirarme desde solo medio metro más de altura y al no permitirme salir del coche ni para estirar las piernas. Piernas que llevaban varios cientos de kilómetros encogidas a los pedales. Cierto es que solo lo sugerí. Perdón por no haberme aventurado más. Soy un cobarde, lo sé, nunca me he atrevido a hacer este tipo de cosas. Casi no soy digno ni de ser mirado a la cara por un uniformado. Gracias por no reírse de mí a la absurda e inocente pregunta de si hice algo mal. Gracias por explicarme con la maestría y serenidad de un profesor de escuela cuál fue mi tremenda falta, cuál fue mi infracción. Gracias por detallarme con suma y exquisita precisión que yo, fuera de mí, circulaba a la imprudente velocidad de 110 cuando ésta estaba limitada a solo 70. Gracias por interrumpirme cuando tímidamente intentaba preguntarle, y preguntarme a la vez, que estaba en una nacional, que la velocidad máxima es de 100... Gracias, gracias y gracias por contarme como si de un cuento se tratase y sin perder un ápice de paciencia, que circulaba por un tramo limitado a 70, que atravesaba un cruce, que había una señal que me lo indicaba, la cual, lamentablemente, yo no vi. Gracias por alejarse, por dejarme solo, por permitirme estar cerca de 3 largos e interminables minutos tostándome al sol, inmóvil, pensativo, repitiéndome una y otra vez que no podía ser, que yo salía de la autovía y no había visto nada, que no entendía nada, que no se qué cojones hago con un puto BMW sin ni siquiera dinero para pagar la multa, que solo me quedaban 3 puntos del carnet, que cómo cojones le explico yo esto a mis padres que son los que me lo están pagando todo ahora. ¡A mis 30 años! Que si mi tío es guardia civil, que si casi me pongo a llorar. ¡Que si joder, joder... joder! Gracias por venir. Por no dejarme solo más tiempo. Por impedir con tu sola presencia que parara de hacerme daño diciéndome verdad tras verdad, esas que tanto me gusta decir a los demás. Gracias por darme ese papelito recién impreso al que apenas presté atención, en el que se detallaba toda mi fechoría. Gracias por ahorrarme el mal trago de leer la nota, que ya estaba alojada de mala manera junto a los restos que dejó mi parada anterior, al decirme que son 140 euros y dos puntitos de carnet. Puntos, perdón, dijo puntos. Gracias por explicarme la generosa oferta de que si pago la multa antes de “yoquesecuantos” días me descuentan “nosecuanto” porcentaje. Gracias por devolverme mi carnet de conducir recién estrenado tal y como se lo di. Gracias por haberme atendido de forma tan profesional en aquella comisaría improvisada que, hasta mi presencia en ella, sólo era para mí un descampado más, de los muchos que ignoré antes y de los tantos otros que temí después. Por haber hecho de su trabajo una labor encomiable, gracias, mil gracias. Una labor digna de la mayor de las menciones. Gracias por haber salvado, con su arriesgada y valerosa acción, la prometedora vida de un descerebrado joven que estaba a punto de tirarla por la borda, junto a la del que se cruzase en su camino hacia una muerte segura. Mis padres, mis hermanos y mis amigos también le agradecen el mal trago que usted les ha ahorrado. Especialmente mi madre jamás le habría perdonado que esa tarde no hubiera estado tan pendiente de mí, que no se hubiera convertido sin saberlo en mi ángel de la guarda. Gracias por haber salvado no solo mi vida, sino la de tantas personas de bien con ese simple gesto. Gracias por pasar por alto todos los demás desperfectos de mi coche que, sin duda, hubieran hecho nuestra sobria conversación algo más rica. Gracias por despedirme con educación, con la presumible educación que se le supone a un agente bien educado. Gracias por darme preferencia sobre otro incauto e imprudente conductor que tampoco se percató de la dichosa señal vertical que indicaba inequívocamente "tío, estás salvado". Confío en que haya tenido tanta suerte como yo. Gracias por facilitarme la reincorporación a la circulación mediante un leve levantamiento de brazo, el mismo brazo y el mismo gesto con el que empezó todo. Gracias por mirar y responder el saludo al despedirme. Gracias por dejarme ser otra vez de nuevo un conductor más, por permitir que el anonimato que siempre me gusta llevar por la carretera se apoderara de mí. Gracias por elegir y ofrecer su parte más pedagógica para que me acompañara durante todo el resto de mi viaje y hacer de éste un viaje más seguro. Gracias por hacerme ver en sus recomendaciones un perfecto compañero de viaje, ese compañero que nunca te abandona y que no te permite poner otra vez la radio. ¿Recuerda? Esa estúpida emisora que no me dejó ver la señal. Gracias por no dejarme pensar en otra cosa, por recordarme en cada señal de tráfico que veía pasar lo afortunado que fui. Gracias por permitir que estuviera jodido, irritado y seguramente confundido y equivocado. Gracias también por no dejar en mí ningún tipo de rencor hacia usted. Gracias por secar mis lágrimas, estoy seguro de que no lloré porque usted me acompañaba, sinceramente, gracias.

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