lunes, 3 de mayo de 2010

Mi chica favorita


“MI CHICA FAVORITA”

Por Churros y Patatas

Abro los ojos. Desorientado echo un vistazo rápido a mi alrededor, pero todo está difuso. Me llevo las manos a la cara para confirmar, aún aturdido, que he perdido las gafas al caer, y tembloroso, comienzo a palpar entorno a mis piernas en busca de las que hasta hace unos segundos hacían de mi vista algo decente. Por fin las encuentro; me las pongo y vuelvo a mirar a mi alrededor.

De repente veo el rostro de quien, por su mueca, atino a pensar que es la causa de que yo esté en el suelo. Incorporándose, con gesto amable, me tiende mi teléfono móvil todavía milagrosamente encendido; debió escurrirse de mi mano al tropezarme con aquel hombre, recuerdo que estaba hablando. Su gesto me hace suponer que esto se resolverá de forma rápida y amistosa.

- Gracias, muchas gracias. ¿Se encuentra usted bien? – le pregunto.

- Sí, tranquilo, sólo ha sido un tropezón tonto. Siento haberle arroyado.- me responde.

- No se preocupe, estoy bien.- digo yo zanjando la situación.

Todo sucedió en lo que a mi me pareció un instante, de hecho, casi todo lo que sucedía esa mañana parecía ocurrir en una acelerada procesión de intensos instantes.

El hombre se da la vuelta y continúa su camino mientras yo, recuperado de vista, oído y aliento, asumo mi verticalidad como si nada hubiera pasado. Mi historial de incidentes de alguna manera parece haberme acostumbrado a esto que hace unos pocos años jamás habría imaginado. Intento retomar la conversación que había dejado colgada al móvil debía hacer ya más de un minuto.

- ¡Consuelo, Consuelo! ¿Estás ahí?- pregunto casi a gritos.

Lo había escuchado todo, el choque, la caída, las disculpas. Sobraba pues perder tiempo en dar explicaciones, así que cuelgo después de confirmarle que yo me hago cargo de llamar a la inspectora.

El ruido de la plaza y todo su colorido parece ahora hacerse eco en mi cabeza. De nuevo cojo el teléfono para llamar a la inspectora. Registro con la mirada cada palmo de la plaza a mi alcance mientras espero escuchar la voz de la recepcionista al otro lado de la línea.

- Soy Antonio Castillo, con la Inspectora Bernal, por favor, ¡es urgente!.- Unos segundos después, respondo al saludo de la mujer. - Buenas tardes, Inspectora Bernal.- digo antes de ir al grano. – Se ha vuelto a escapar. Encontré la puerta de la casa abierta, pero todo parecía estar normal.

Me tranquiliza escuchar que va a poner en marcha a una brigada para prestarme ayuda, y más aún su apoyo moral, las palabras de quien, a diferencia de mí, seguro, está ya acostumbrada a todo esto. Sigo mirando a mi alrededor. Me guardo el teléfono en el bolsillo de mi chaqueta marrón recién estrenada, regalo de mi madre por mi cumpleaños, mientras comienzo a andar por los soportales hacia la Puerta de Sol; sé que el tumulto es algo que a ella siempre le ha atraído.

La ropa parece pesarme sobre el cuerpo más de lo habitual; supongo que es el calor que me embriaga con la tensión. El aliento se me escapa ahora sereno, pero fuerte, perdido en la sensación de vivir una historia que se repite, pero que siempre es diferente, cada vez distinta. Por mucho que lo intentara, que no quiero, creo que no podré acostumbrarme.

El eco de las copas del músico sentado en la esquina nada más salir de la plaza, el claxon de los coches del semáforo al final de la calle pitando porque el primero no se ha dado aún cuenta de que ya se ha puesto en verde… Tanto ruido no me deja responder a las preguntas que no cesan de surgir en mi cabeza. A paso ligero cruzo la Calle Mayor sin parar de mirar por todas partes. Estoy llegando a la Puerta del Sol.

Me paro unos instantes a recuperar el aire que mis pulmones empiezan a estar echando en falta. Doy una vuelta sobre mí mismo como intentando mirar más allá de las cabezas de todo el mundo. Mis ojos no dan a más y mi corazón casi se desborda cuando siento el teléfono vibrar sobre mi pecho, confundido casi con mis latidos, desde el bolsillo interior de mi chaqueta. Meto la mano y saco el móvil. Es Consuelo, debe estar de camino.

- Sí, ¿dónde estás? – respondo después de descolgar. La escucho y le indico.

- Peina la calle desde Callao por Preciados hasta la Puerta del Sol, yo voy siguiendo el camino desde la Plaza Mayor, mira por todas partes, tiendas, cafeterías. Una brigada de la Inspectora Bernal viene para acá y ha dado el toque de alarma a todos los comercios de la zona.- Ahora parece cambiarme el gesto de la cara al escuchar. - No creo que sea el momento de hablar de eso, Consuelo, ¡por Dios, es que no vas a parar nunca!..., ¡sabes que no accederé!.- Digo chillando.

Cuelgo el teléfono enfadado, mirando cada vez más y más desesperado por todas partes. Antes de que vuelva a metérmelo en el bolsillo, suena otra vez. Esta vez es el nombre de uno de mis mejores clientes el que se puede leer en la pantalla. No es sin duda un buen momento, pero tengo que contestar.

- Alejandro, ¿qué tal? Sé que debía haberle llamado, pero me ha surgido un imprevisto que no he podido eludir, le pido que me disculpe.- Escucho mientras asiento con la cabeza. - Lo entiendo, Alejandro, pero es que hoy me va a ser imposible. Le aseguro que tendré su encargo listo para mañana.- Vuelvo a escuchar su respuesta. - Muchas gracias por su comprensión, tiene mi palabra.-

No he dejado de moverme de un lado a otro mientras hablaba y de nuevo tengo que volver a pararme para recuperar el aliento. Hay tanta gente, tantos desconocidos, tantos ruidos… Ahora ya no sólo es la ropa lo que me pesa, me pesa el cuerpo, me pesa el aire. Me pesan lo años y las experiencias superadas y todas y cada unas de las veces que he suplicado que aquello no volviera a suceder.

De repente mi corazón vuelve a truncar su ritmo, me ha parecido ver su reflejo en el escaparate de la tienda frente a la cual me encuentro. De golpe me doy la vuelta y sin vacilar atravieso la línea de gente que a mi espalda camina ignorando mi búsqueda desesperada. Me miran extrañados cuando les asalto apartándolos a un lado y a otro. Vuelvo a verla unos metros más adelante, caminando en el mismo sentido que yo. Cuando casi estoy a punto de alcanzarla, y cómo si hubiera percibido mis intenciones clavadas sobre su nuca, se da la vuelta. En lo que dura un suspiro, caen de nuevo sobre mis hombros todos y cada uno de los rincones escondidos de la plaza, todos y cada uno de los innumerables lugares de esta tumultuosa ciudad en los que podría encontrarse. Pero a penas tengo tiempo de recuperarme del golpe. Mi teléfono vuelve a sonar.

- Diga? – Pregunto casi a gritos al desconocido. - Ah!... Hola Esperanza.- Respondo a su saludo. - Bueno, aún no sabemos nada. Estamos en ello. Tengo que dejarla… la avisaré en cuanto sepamos algo nuevo.- Me despido en tono impaciente, pero sin dejar de aparentar serenidad y vuelvo a guardarme el teléfono.

Vacilo durante unos segundos y otra vez empiezo a caminar rápido, ahora hacia la calle Carretas, ella tiene allí un contacto a quien se me ocurre que podría haber querido visitar. Sigo mirando sin parar por todas partes. Algunas personas me observan paradas en la boca del metro, otras mientras andan desconcentradas de sus tareas callejeras de diario, vender cupones, barrer, limpiar zapatos...

Ojos, voces, ruidos y melodías taladran cada vez más fuerte mis sentidos. Pero no puedo venirme abajo. Así que a duras penas subo la cuesta de la calle hasta el número 45. Llego al portal del piso de fachada austera, titubeo con la mano ante los números del telefonillo y finalmente marco el tercero izquierda. Se escucha el pitido del timbre. Durante unos segundos, esperando a que contesten, me vienen a la mente imágenes pasadas, como si estuviera avanzando por el túnel hacia la luz mientras nuestra vida pasa ante mis ojos camino de llegar al fin de sus días. En todas y cada una de ellas veo sus rostro, escucho su voz y hasta puedo oler su siempre hospitalario aroma a canela y miel tostada.

Interrumpiendo mis pensamientos suena de nuevo la estridente melodía de mi móvil. Intento sacármelo aún ausente del bolsillo, sin casi darme cuenta de que una voz de mujer ha respondido ya al otro lado del telefonillo. Vuelvo en mí, y contesto alterado al desconocido que me está llamando al móvil.

- Sí? – Digo mientras se escucha preguntar “quién es” de nuevo a la mujer en el telefonillo. Seguidamente, separándome el móvil de la oreja, respondo a la mujer. - Sí!... un momento, por favor.- Y continúo escuchando al teléfono. Mi rostro se torna aliviado, ilusionado aunque todavía confuso.

El hombre al otro lado del móvil me ha confirmado que puede haber sido vista por una de sus empleadas en el centro comercial de la calle Princesa, pero que no puede confirmar que ha sido a ella.

Sin siquiera despedirme de la mujer que había dejado colgada al telefonillo y a penas con un “gracias, adiós” a quién acababa de llamarme al móvil, salgo a correr de nuevo calle abajo. Ahora todo deja de existir a mi alrededor. Ni gente, ni ruidos, ni imágenes, salvo la de ella entre los bastidores cargados de ropa y complementos en el centro comercial. Ni siquiera pienso en el aire que me falta, ni en los latidos que llevan a mi corazón al borde del más puro infarto. Sólo quiero llegar, sólo pienso en encontrarla.

Cruzo una vez más la plaza de la Puerta del Sol hacia Preciados. Corriendo a toda prisa, entre choques y tropiezo, en unos minutos estoy en la planta baja del centro comercial. Subo los escalones de las escaleras mecánicas de acceso de dos en dos. Estoy entre los cosméticos. Avanzo por el pasillo central mirando por todas partes, pantys y calcetines, bolsos y complementos,…, bisutería, y justo allí, al final del corredor, con unos pendientes rojos y un lustroso collar de perlas, se encuentra ella.

Me recupero en un instante justo antes de llamarla en tono ahora necesariamente mucho más sereno, observando atónito como se mira embelesada, ajena a toda mi preocupación, en el espejo de pie situado sobre el mostrador.

- Mamá, mamá…- Se gira para mirarme. En un silencio esbozo un suspiro.

- Estás muy guapa… - Ella me mira y sonríe...


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